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reflexiones

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[La opinión de los demás]

Umberto Eco

Lo que dice Umberto Eco sobre Mafalda.

Mafalda no es solo un personaje de historietas; es tal vez el personaje de los años setenta en la sociedad argentina. Si al tratar de definirla se ha usado el adjetivo "contestataria", no ha sido por uniformarse a la moda del anticonformismo a toda costa: Mafalda es de verdad una heroína iracunda que rechaza al mundo tal cual es. Para comprenderla, conviene trazar un paralelo con otro gran personaje a cuya influencia no es ajena: Charlie Brown. Charlie Brown es norteamericano, Mafalda sudamericana. Charlie Brown pertenece a un país próspero, a una sociedad opulenta en la que trata desesperadamente de integrarse, mendigando solidaridad y felicidad; Mafalda pertenece a un país denso de contrastes sociales, que a pesar de todo querría integrarla y hacerla feliz, pero ella se niega y rechaza todas las ofertas. Charlie Brown vive en un universo infantil propio, del cual están rigurosamente excluidos los adultos (con la salvedad de que los niños aspiran a convertirse en adultos); Mafalda vive en un continuo diálogo con el mundo adulto, mundo al cual no estima, no respeta, hostiliza, humilla y rechaza, reivindicando su derecho a seguir siendo una niña que no quiere hacerse cargo de un universo adulterado por los padres. Charlie Brown ha leído, evidentemente, a los revisionistas freudianos, y anda en busca de una armonía perdida; Mafalda, con toda probabilidad, habrá leído al Che. En realidad Mafalda en materia política tiene ideas muy confusas, no logra entender que es lo que sucede en Vietnam, no sabe porque existen los pobres, no se fía del Estado y está preocupada por la presencia de los chinos. Sólo una cosa sabe claramente: no está conforme. La rodea una pequeña corte de personajes mucho más "unidimensionales": Manolito, monaguillo integrado del capitalismo de barrio, que sabe con total certidumbre que el valor primario en este mundo es el dinero; Felipe, soñador tranquilo; Susanita, beatificamente enferma de espíritu materno, narcotizada por sueños pequeño burgueses. Y luego los padres de Mafalda que como si no les bastara lo duro que resulta aceptar la rutina cotidiana (recurriendo al paliativo farmacéutico del "Nervocalm"), se ven agobiados, por añadidura, con el tremendo destino de tener que encargarse de la Contestataria. El universo de Mafalda es el de una América Latina en sus zonas metropolitanas más adelantadas; pero es en general, desde muchos puntos de vista, un universo latino y esto hace que Mafalda nos resulte mucho más comprensible que tantos personajes del cómic estadounidense; además Mafalda es, en último análisis, un "héroe de nuestro tiempo", y no se debe pensar que ésta sea una definición

exagerada para el personajito de papel y tinta que Quino nos propone. Ya nadie niega hoy que el cómic (cuando alcanza niveles de calidad) es un testimonio sobre el momento social: y en Mafalda se reflejan las tendencias de una juventud inquieta, que asumen el aspecto paradójico de una oposición infantil, de una eccema psicológica de reacción a los medios de comunicación de masas, de una urticaria moral producida por la lógica de los bloques, de un asma intelectual originado por hongos atómicos. Puesto que nuestros hijos se preparan para ser - por elección nuestra - una multitud de Mafaldas, nos parece prudente tratar a Mafalda con el respeto que merece un personaje real."

Prólogo a Todo Mafalda de Peridis.

 

«No tiene importancia lo que yo piense de Mafalda. Lo importante es lo que Mafalda piensa de mí». Julio Cortázar.     

 

     En los años setenta, la Editorial Lumen editaba periódicamente unos cuadernillos apaisados en cuya portada podía leerse «PARA ADULTOS. QUINO. Mafalda». El aviso de la portada, que explicitaba que las tiras de Quino no eran para niños, fue una treta de la editorial para despistar a la censura y conseguir el permiso para la edición en España de los dibujos. Alguien dijo por aquel entonces que los libritos de Mafalda eran libros de niños para que los leyeran los padres, pero al cabo de tres generaciones de lectores, aquellos libritos de Lumen, que han logrado sobrevivir al paso de los años, se los quitan los hijos a los padres y los padres a los abuelos. Porque las tiras de Mafalda, pensadas en su tiempo para adultos, interesan a nuestros adolescentes de hoy, criados y amamantados por la televisión y los videojuegos, y que cada vez son más precoces y más exigentes, más rebeldes y menos y menos manejables, además de interrogar y fiscalizar a sus mayores como hacía Mafalda, para desesperación de sus progenitores.

 

    De aquellas primeras ediciones de las tiras de Quino, conservo un volumen de 190 páginas, editado por Lumen en 1974 con el título 10 años con Mafalda, que ha perdido, en relecturas, préstamos, viajes y mudanzas, el lomo, la portada y la contraportada, pero que conserva intacta toda la frescura de Mafalda y de sus acompañantes. La editora se sirvió de una extensa entrevista de Maruja Torres a Quino, a modo de prólogo, para acercar la figura del autor a los lectores españoles. En ella, entre otras cosas, se preguntaba:

 

    -Ese aire de felicidad, de tranquilidad que tiene Quino ahora, ¿se debe al hecho de que ha matado a Mafalda?

    -Dejé de hacerla hace unos meses, y sí, estoy más cómodo. Más libre. Son ya diez años de tiras, y empezaba a repetirme. Me pareció más honesto, mas sano dejar de hacerla.

 

 

    Siempre que Quino se encuentra con su público –multitudinario, por cierto–, bien sea para recibir un homenaje, participar en una mesa redonda o en la presentación de uno de sus libros, tiene que responder invariablemente a la misma pregunta que antaño le hiciera Maruja Torres: ¿Por qué «mató» usted a Mafalda?

 

    -Yo no maté a Mafalda. Mafalda nunca existió. Es sólo un personaje de ficción.

Simplemente dejé de publicarla. No tenía nada nuevo que decir con ella.  

 

     Supongo que ha tenido que responder a la misma cuestión en cientos de ocasiones. Y por más que nuestro hombre se esfuerce en explicar que en aquel año de 1973 había llegado un momento en que se notaba cansado, además de sentir que empezaba a repetirse y que ya no disfrutaba haciendo Mafaldas, que ya había dicho todo lo que tenía que decir y que por lo tanto lo mejor que podía hacer era dejarlo por un tiempo, invariablemente, coloquio tras coloquio, sus interpelantes menean la cabeza de un modo ostensible, dando a entender que no les convencen los argumentos que Quino desgrana humilde y pacientemente. No les cabe en la cabeza que un creador del talento de Quino se canse de sus personajes y los abandone al cabo de ¡sólo diez años de su creación!

 

    Es preciso meterse en el pellejo de un creador, de un dibujante de tira diaria, que entiende el mundo al mismo tiempo que lo cuenta y lo explica, para entender el enorme reto que supone presentarse cada mañana, día tras día y año tras año, ante cientos de miles o millones de lectores con algo nuevo, ingenioso, sorprendente y divertido sin repetirse, cuando la vida cotidiana es tan monótona y aburrida. Para no aburrir y no aburrirse es preciso estar vivo, fresco, ocurrente y motivado. Pero además, un creativo no es una máquina o un manantial que no cesa, sino un ser humano cargado de vicisitudes personales, que se nutre de sus curiosidades, pero que puede tener otras facetas que explorar y otros intereses que satisfacer. A toro pasado y a la vista de los resultados pienso en la importancia, a largo plazo, que tuvo la sinceridad de Quino, porque detuvo la máquina de hacer Mafaldas en el momento oportuno, sin permitir que su creación se devaluara, y por ello nos dejó un cómic excepcional que compone un friso fantástico de una década prodigiosa. Por ello mi pregunta no es por qué «mató Quino a Mafalda» sino ¿qué tiene Mafalda para mantenerse viva y actual al cabo de 40 años, soportando edición tras edición sin agotarse ni envejecer? Decía Kandinsky que toda obra de arte expresa al artista, a su tiempo, y al hombre universal.

 

    Para nadie es un secreto que los editores que le pidieron a Quino la creación de una tira lo hacían a la vista del éxito de Schulz con Carlitos y Snoopy. Al contrario de aquellos que piensan que Mafalda es una transposición de Carlitos al mundo latino, yo sostengo que hay diferencias notables y de mucho calado entre ambas creaciones artísticas. Hay un punto de vista distinto y un compromiso diferente entre Schulz y Quino. Los niños de Quino no van al psicoanalista, a pesar de que hay muchos en Argentina, aunque tengan que bregar con la sopa y los problemas de la vida cotidiana, y si no que se lo pregunten a Manolito, trabajando en el negocio de su padre. Yo diría que Quino, aunque latino, tiene preocupaciones universales. No recuerdo tiras de Carlitos en las que se hable de la bomba atómica, de la paz en el mundo etc. Sin embargo, como Mafalda está hecha desde la periferia del imperio, y aunque preocupada y fiel reflejo de los problemas de la convivencia familiar y de la vida cotidiana, (inflación galopante, por ejemplo), es antiautoritaria, feminista, pacifista, ecologista, mundialista, contestataria… es decir: muy política, y por tanto una gran precursora de los tiempos que vivimos.

   

Quino caminando, sobre todo visto de espaldas, da tal sensación de fragilidad que parece una pieza de cristal de Bohemia a punto de romperse. O quizás es tan sensible que viéndose caminar sobre el mundo se da cuenta de que no pisa sobre tierra firme, sino sobre una ligera costra de civilización que flota sobre un mar de peligros e injusticias. En esta situación, Quino no da respuestas, sino que se hace preguntas desde su perplejidad, y se las hace como niño. Más bien se disfraza de niño y pertrechado con  ese disfraz múltiple, bien sea de Mafalda, de Manolito, de Guille o de Susanita, se atreve a encararse con la realidad del mundo que le ha tocado vivir, principalmente la Argentina que esparce a sus hombres por el mundo, para interrogarnos a cada uno de nosotros.

 

Quino es un clásico que se anticipó a su tiempo abordando lo trascendente cotidiano para desvelarse y desvelarnos el gran drama de la conciencia del hombre moderno, que tiene que competir para ganarse la vida y, a la vez, sobrellevar la existencia disponiendo de información inmediata de las tragedias que nos conmueven y los desastres que nos rodean. Mafalda es la conciencia de Quino y por lo tanto la nuestra. Por eso, de todas las explicaciones que he oído o leído sobre Mafalda, la cita de Julio Cortázar que encabeza este prólogo, «Lo importante es lo que Mafalda piensa de mí», me parece sin duda la más certera. Es ella la que explica el éxito duradero y la permanente juventud de aquella Mafalda que miraba el mundo con el asombro del niño y el pensamiento del adulto, y que era asimismo la conciencia crítica de su tiempo y lo sigue siendo del nuestro.

Huelva, 21 de Noviembre de 2007

 

 

Querido Quino, gracias por visitar nuestra Universidad.

Este andaluz de ascendencia, argentino de nacimiento y referente universal por derecho propio, no necesita presentación; pero ‘Déjenme inventar’ al menos unas líneas, aunque incoherentes, para dar algunas pinceladas del universo de Quino.

En estos tiempos de ‘Potentes, prepotentes e impotentes’ lo habitual es mirar a nuestro alrededor y exclamar ‘¡Qué mala es la gente!’:

  • Ante cualquier error, la excusa del ‘¡Yo no fui!’.

  • Ante cualquier compromiso social, no queremos tener ‘Ni arte ni parte’.

  • Ante la protesta cabal de los más desfavorecidos y débiles, un airado ‘¡A mi no me grite!’.

 

La realidad que creamos día a día es desalentadora. Pero ‘Humano se nace’ y todos los temas que nos ocupan y preocupan están reflejados en el ‘Mundo Quino’. Cada vez que abrimos un libro suyo, cada vez que miramos una de sus viñetas, el autor nos está invitando a ‘La buena mesa’. A través de la ironía, del absurdo, del humor más azul, Quino pone a la ‘Gente en su sitio’ y una sonrisa se dibuja en nuestros labios.

Un lápiz, una hoja en blanco, unos trazos y unos puntitos a modo de ojos han bastado para convertir ese ‘¡A mi no me grite!’ del que hablábamos antes, en un ‘Si… cariño’. Después de esta ‘Quinoterapia’ es más fácil levantarnos cada día con un ‘Yo bien, gracias ¿y usted?’.

‘Pero esto no es todo’. Pensar en Quino es pensar irremediablemente en ‘Todo Mafalda’, o como se diría en mi lengua materna ‘Tot Mafalda’. Han sido ’10 años con Mafalda’, desde ‘Mafalda 0’ hasta ‘Mafalda 10’, e incluso esa ‘Mafalda inédita’ que tanto nos gusta a sus seguidores incondicionales.

 

Quisiera aprovechar esta ocasión, este micrófono y este público para reivindicar una serie de peticiones a unas cuantas personas:

A la ministra de Educación y Cultura, Dña. Mercedes Cabrera:

  • Que los libros de Quino sean los libros de texto obligatorios de la asignatura de ‘Educación para la Ciudadanía’.

Al excelentísimo Rector de la Universidad de Huelva:

  • Que, del mismo modo que la Universidad de Alcalá de Henares nombró a Quino Catedrático Honorífico del Humor, se proponga que en nuestra Universidad se le postule como Doctor Honoris Causa.

A la Academia Sueca:

  • Que se haga efectiva la petición de Carlos Loiseau (Caloi) de nombrar Premio Nobel de la Paz a Quino.

Al estimado Oski:

  • Así en el cielo como en la tierra.

Al ministro de Sanidad y Consumo, D. Bernat Soria:

  • Que el tratamiento de elección en los hospitales y centros de salud sea la Quinoterapia.

A los queridos Reyes Magos:

  • Todo.

 

Y por último, a D. Koichiro Matsuura, Director de la UNESCO:

  • Que designe a Quino ‘Patrimonio de la Humanidad’.

 

Una vez más, muchas gracias y bienvenido a la Universidad de Huelva.

 

Luis Miguel Pascual Orts

 

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